TATE ARCHER
Puedo escuchar mi teléfono sonar, pero sólo una pequeña
parte de mí se preocupa por contestar. La parte que sabe que puede ser Miles.
Él es la única razón por la que podría dejar de pedir mi muerte en este punto.
Mi turno terminó ayer a las siete de la mañana pero la
enfermedad que atrapé durante ese tiempo sigue muy viva. Tenía fiebre de casi
treinta y nueve grados cuando crucé nuestra puerta delantera ayer y nada de lo
que he hecho ha ayudado. Llegué al punto donde no podía siquiera llegar al
refrigerador sin tomar tres descansos. Me rendí esta mañana y decidí dejar que
esta gripe me mate.
Hasta ahora no he muerto, y mi teléfono sigue sonando,
recordándome esa pequeña parte de mí que me puede hacer sonreír aún a mitad del
infierno. Mi esposo. El hombre al que no he visto en doce días, gracias a
nuestras agendas nada cooperativas de este mes.
Encuentro mi celular con las puntas de mis dedos. Está como
a dos pies lejos de mí, así que lo acerco una pulgada y deslizo mi dedo sobre
la pantalla. Trato de recordar dónde está el ícono de altavoz y golpeo sobre la
pantalla del teléfono.
— ¿Hola?—Mi voz es tan débil que me pregunto si sólo se
escuchó en mi cabeza.
Pero luego su familiar voz viaja por mi cama y se encuentra
con mis oídos cuando él contesta, ——— ¿Tate?— Es la primera vez que pienso en
sonreír desde que me enfermé.
—Aquí— susurro.
—Hablas muy bajo.
Intento responder, pero no fue una pregunta. Sólo tengo la
fuerza suficiente para responder preguntas.
— ¿Bebé?— Suena preocupado.
Levanto mi cabeza para que mi patética voz llegue al
teléfono. —Enferma. — Lo digo corto y suave para que él entienda. —Gripe. —
Tomo un respiro y mi cabeza vuelve a caer en la almohada.
—Oh, no. —dice, genuinamente comprensivo. Lo oigo suspirar
en el teléfono y no tiene que traducir ese suspiro para mí. Sé que le frustra
no poder hacer nada por mí. Él está en Maine o Florida o en algún lugar tan
lejos como los Estados Unidos pueden alejarlo de mí, así que no hay nada que
pueda hacer.
Pero honestamente, su llamada es suficiente. Se siente tan
bien escuchar su voz. Hemos estado casados por más de un año. 455 días para ser
exactos. Y gracias a nuestros horarios, hemos pasado menos de 100 días juntos.
Lo cual es la razón por la que mi cabeza aún da vueltas cuando cruza la puerta
de nuestro apartamento. Y cuando me llama. Y cuando me sonríe. Y cualquier
momento en el que pienso en él.
—¿Hay algo que pueda hacer?
Quiero decir, “Sí. Secuestra un avión y vuela a casa y
acuéstate conmigo en la cama.”
Pero en vez de eso, sólo susurro. —No. Sólo necesito
descansar.
Suspira otra vez y dice. —No quiero mantenerte en el
teléfono. Suenas muy cansada. Estoy a punto de despegar y sólo quería escuchar
tu voz. Te amo.
—Igual. —es todo lo que consigo decir. Puedo escucharlo
colgar el teléfono e intento dormir otra vez.
***
—Tate. —Siento un trapo frío sobre mi frente. Y luego
líquido en mis labios.
—Joven, será mejor que bebas. Ese chico tuyo me hizo
prometerle que no te dejaría hasta que tomes dos vasos de agua. —Cap.
Abro los ojos y lo veo sentado al lado de mí en la cama,
levanto mi cabeza para acercarme al vaso lleno de agua helada. Creo que sonrío,
aliviada de verlo, y tomo un sorbo. Intento recostarme pero él me obliga a
sentarme. —Intenta beber todo. No puedo permitir que te deshidrates en mi
guardia.
Tomo la taza con manos temblorosas.
Él se levanta, lo que le toma mucho esfuerzo de su parte.
Cojea alrededor de la habitación, gruñendo mientras se agacha para recoger
varias prendas de ropa.
Ropa.
Mierda. ¿Al menos tengo algo puesto?
Miro hacia abajo y afortunadamente, no estaba tan enferma
para vestir una de las playeras de Miles. Me termino el vaso de agua y lo
coloco en la mesa de noche.
—Gracias. — Me ahogo un poco.
Cap asiente mientras deja toda mi ropa sucia en el cesto. —
¿Has comido algo hoy?
Niego con la cabeza. —Se debe comer poco o nada cuando
tienes fiebre, y mucho cuando estás resfriado. —Me dejo caer en la almohada y
doy la vuelta. Coloco las cobijas sobre mi cabeza y rezo para que alguien me
saque de mi miseria.
—Por favor, Tate. Eres enfermera. Sabes que eso es sólo un
viejo cuento. — Cap sale de la habitación y vuelve unos minutos después. —Encontré
unas cuantas galletas y fruta. Intenta comer un poco. — Lo escucho colocar el
plato en la mesita de noche.
—Lo haré más tarde. Lo prometo.
Suspira y luego dice, —De acuerdo. Regresaré más tarde a
revisarte. El chico me dijo que él te llamará esta noche.”
—Gracias. —murmuro.
Cap se va y ni siquiera pruebo la comida. Regreso a dormir.
***
—Tate.
Una vez más, siento un trapo frío sobre mi frente.
Pero esta vez se siente diferente. Una mano acaricia mi cabello.
Suave y calmante y, —¿Miles?
Un pulgar se desliza por mis labios. —Aquí. Bebe. — dice.
Pasa una mano por detrás de mi cuello y me levanta para poder beber. Cuando
termino de tomar un sorbo abro los ojos, mientras Miles recuesta mi cabeza con
cuidado en la almohada. Sus ojos azules están llenos de preocupación pero sus
labios se levantan en una sonrisa cuando hacemos contacto visual. Milagrosamente,
yo también sonrío.
Ni siquiera pregunto por qué está aquí o por cuánto tiempo.
Sólo muevo mi mano hacia donde está la suya acariciando mi mejilla y la
aprieto.
Él pasa el trapo frío por mi cara y luego lo coloca en la
mesa. Se levanta y comienza a desabotonar su uniforme. A pesar de lo cansada
que estoy, mis ojos absorben cada momento – rehusándose a cerrarse. Empiezo a
dudar que sea real. Sé que la fiebre puede causar alucinaciones.
Se quita la camisa y luego desabrocha su cinturón, dejando
que sus pantalones caigan al piso.
Cuando mis ojos regresan a su cara, puedo ver el cansancio
en su expresión. — ¿Has dormido?
Él me da una sonrisa tranquilizadora mientras se recuesta en
la cama al lado de mí. —Estoy a punto de hacerlo, — susurra, deslizando un
brazo bajo mi cuello. Me abraza y presiona sus labios en mi mejilla. —Regresa a
dormir, —susurra nuevamente. —Estaré aquí por si necesitas algo.
Cada músculo de mi cuerpo ha estado doliendo y gritándome
durante las últimas veinticuatro horas, pero su simple presencia los silencia
milagrosamente. Lo suficiente como para sentir el primer momento de paz desde
que la enfermedad me atacó.
Todo lo que siento son sus brazos alrededor de mí, su boca
contra mí, y su cálido aliento contra mi oído cuando susurra, —Te extrañé.
Y yo lo extrañé también.
Siempre lo extraño. Aun cuando lo tengo.
***
MILES ARCHER
Doblo las últimas prendas recién lavadas y las guardo. En mi
camino por la cocina, me detengo a servirle un vaso de jugo de naranja.
Nunca la había escuchado tan enferma como cuando le llamé en
la mañana. Inmediatamente encontré un reemplazo, llamé a Cap para que la
vigilara hasta que yo pudiera llegar a casa y saltara al primer vuelo de
regreso a California.
En todo el tiempo que he conocido a Tate, nunca la había visto
así de enferma. Y hemos estado casados por más de un año. 455 días para ser
exactos.
Dudo que Tate o yo supiéramos los días que llevamos casados
si no fuera por el regalo que Ian nos dio para nuestra boda. Es un reloj solar
que tiene nuestra fecha de boda grabada en él. También mantiene un conteo de
cuántos días, horas y minutos han pasado desde que dijimos “Acepto.” Él dice
que lo compró para que yo no olvidara mi aniversario de bodas, pero el regalo
no fue necesario. Es una fecha que nunca tendré problemas para recordar.
Cierro la puerta de nuestra habitación para que no entre la
luz. Es casi media noche y, a pesar de que logré hacerla comer hace unas horas,
su fiebre no ha bajado mucho. Lo que significa que necesita descansar.
Echo un vistazo a la cama y las cobijas están tiradas y ella
no está ahí. Coloco el jugo en la mesa y camino hacia el baño. Cuando abro la
puerta, la veo en el lavabo mojando su cara con un paño mojado. Está vestida
con una de mis viejas playeras. Tiene agujeros por todos lados y probablemente
la debí haber tirado hace mucho tiempo, pero la mantengo específicamente para
este propósito. Se ve sexy como el demonio puesta en ella. Nuestros ojos se
encuentran en el espejo cuando camino detrás de ella, pasando mis brazos
alrededor de su cintura. Beso su hombro. — ¿Te sientes mejor?
Frunce el ceño y se ve en el espejo. —Mejor de lo que me
veo.
Intento ver lo que ella ve, pero supongo que estoy cegado.
Aún con su cabello sin cepillar por dos días y sus dientes sin lavar durante
casi el mismo tiempo, no puedo esconder el tirón que siento dentro de mis bóxer
por culpa de lo que ella me hace cuando piensa que está en su peor momento.
Coloco un beso en su cabeza. — ¿Quieres que te de un baño? Puede que te haga
sentir mejor.
Asiente con una pequeña sonrisa. —Gracias.
Termina de lavar su cara y de cepillar sus dientes mientras
le preparo el baño. Me aseguro de que el agua no esté muy caliente y saco
algunas toallas mientras ella se saca su playera. No está vistiendo nada debajo
de ella y no puedo desviar la mirada mientras la ayudo a meterse en la tina.
Creo que es la primera vez que cruzo por la puerta delantera
sin terminar inmediatamente junto a ella en la cama. O en el sofá. O sobre la
encimera de la cocina. O en la mesa. Ninguno de nosotros ha encontrado la llave
de la paciencia cuando estamos a solas en cualquier lugar. Especialmente con el
poco tiempo que podemos pasar juntos. No trabajo tantas horas como antes de que
ella llegara a mi vida, pero definitivamente estoy más lejos de ella de lo que
quisiera. Y en este caso, más de lo que necesito estar. Amo mi trabajo pero amo
más a mi esposa, lo que es exactamente la razón por la cual cambié mi horario
hoy. No quiero que esté sola cuando está enferma.
Inclina su cabeza hacia atrás contra la bañera y entra al
agua con un suspiro. —Dios, esto se siente bien, — susurra, dejando que sus
ojos se cierren.
Me siento en la orilla de la tina y tomo un paño, mojándolo
bajo el chorro de agua. — ¿Necesitas algo?
Abre sus ojos y le paso el trapo mojado. — ¿Podrías cambiar
las sábanas de la cama? —pregunta. —Quiero a esos gérmenes fuera de este
apartamento. La última cosa que necesitas es enfermarte.
Niego con la cabeza. —No, la última cosa que necesito es que
mi esposa se preocupe por mí cuando está así de enferma.
Paso los quince minutos que ella está en la tina arreglando
la cama y dándole una cucharada de medicamento y luego obligándola a tomar agua
helada. Cuando está lista para salir de la tina, la ayudo a levantarse y
envuelvo una toalla alrededor de ella. Presiona su cara contra mi pecho desnudo
y todo su cuerpo suspira contra mí.
—No puedo creer que estés en casa, — susurra. Levanta su
cara hasta que estoy viendo sus ojos. Me agacho para besarla pero ella gira la
cabeza y mis labios van directo a su mejilla. —No quiero que te enfermes. —Tomo
su cara y la giro hacia mí.
— ¿Qué es lo peor que podría pasar? ¿Tener que estar en casa
junto a ti mientras me recupero? ——Ella sonríe ante la idea y bajo mi boca
hacia la de ella. —Nunca he querido a los gérmenes más de lo que quiero a los
tuyos justo ahora. —Atrapo su labio inferior entre los míos y la beso
suavemente. Cuando me alejo sus ojos siguen cerrados. No sé si es por el
cansancio o por el beso, pero de cualquier manera necesita descansar. Me agacho
y envuelvo mis brazos por detrás de sus rodillas y la levanto sin problemas.
—Vayamos a la cama.
Coloca sus brazos y su cara contra mi pecho mientras la
llevo a la habitación. Su piel se siente como fuego contra la mía. Cuando la
coloco en la cama, el aire entra en contacto con las partes de mi cuerpo donde
había estado recargada y es más notorio el contraste entre nuestra temperatura
corporal.
Apago la lámpara y me acomodo detrás de ella, colocando las
cobijas sobre nosotros. Puedo sentir cómo tiembla y me siento completamente
inútil. Además de abrazarla, que es exactamente lo que estoy haciendo, no hay
una maldita cosa que pueda hacer para ayudarla a sentirse mejor. Además, ella
sabe mejor que yo lo que sirve para hacerla sentir mejor. Ella es la experta en
medicina.
Beso su hombro y me recuesto en su almohada, descansando mi
mano en mi muslo. He tenido gripe antes y recuerdo cómo duele cada parte del
cuerpo – incluso la piel. Dudo que quiera que la toque ahora, no importa lo
mucho que quiero hacer desaparecer su dolor.
Como si pudiera leer mi mente, alcanza mi mano y la coloca
alrededor de ella.
—Me siento mejor cuando me tocas, — susurra.
Sonrío y entierro mi cara en su cabello. —Estoy encantado de
complacerte, — digo, recorriendo su estómago con mi mano. Continúo moviendo mi
mano sobre su estómago, su cadera y su brazo. Me mata estar cerca de ella
sabiendo que no pasará nada más mientras se recupera, pero no quiero que piense
que es ahí donde está mi mente. Es la última cosa que necesita ahora, así que
trato de pensar en cualquier otra cosa mientras se queda dormida.
Paso los siguientes minutos repasando mentalmente mi rutina
de vuelo para no pensar en cómo se siente su piel bajo mi mano, pero no ayuda
para nada. El simple hecho de tenerla cerca en esta cama hace que cada parte de
mí reaccione físicamente, lo que no sería cómodo para ella conmigo abrazándola
por detrás.
Lo juro, mi cuerpo se comporta como el de un adolescente en
plena pubertad cuando estoy cerca de ella, aún después de estar casados por más
de un año. Al menos aún tengo mis boxers puestos. Comienzo a girar sobre mi
espalda para dejarla dormir, pero toma mi mano y dice, —Quédate.
Me rio un poco, pero aprieto su muslo, aliviado de que ansíe
tanto mi tacto como yo ansío tocarla. —Está bien, pero no respondo por lo que
me puedas hacer.
Cuando me presiono contra ella, gime, empeorando todo.
Me obligo a pensar en otra cosa para que ella pueda dormir.
Pienso en todas las cosas que odio. Vuelos retrasados, cancelaciones,
turbulencia, el olor rancio del desayuno de primera clase en un estómago vacío,
el café quemado del avión.
Mis dedos están extendidos sobre su estómago mientras hago
todo lo que puedo para respetar el hecho de que está enferma. Su mano encuentra
la mía y entrelaza sus dedos con los míos.
— ¿Miles?— susurra.
Presiono un beso contra su oreja. — ¿Qué necesitas?
Baja mi mano un par de pulgadas. —Necesito dormir, —dice,
colocando mi mano peligrosamente cerca de donde comenzarían sus bragas si no
acabara de salir de bañarse. —Y necesito electrolitos, —agrega. Aleja sus dedos
de los míos y coloca su mano sobre la mía, deslizándola entre sus piernas. —Y a
ti.
La calidez contra mi mano hace que sea imposible mantener mi
compostura. Naturalmente volteo mis caderas contra las de ella y cierro mis
ojos con un suave gemido. —Tate, no vamos a tener sexo justo ahora. Necesitas
descansar…
—Por favor, —susurra, abriendo ligeramente sus piernas,
permitiendo que mi mano tome perfectamente sus muslos.
Levanto mi cabeza de la almohada y me acerco lo suficiente
para alcanzar su boca. — ¿Qué te parece si hacemos un trato? —susurro. —Tú
cierras los ojos y descansas… —Beso la esquina de su boca. —Y yo me encargo de
cuidarte.
Asiente con otro gemido, abriendo ligeramente sus ojos.
—Pero bésame.—Creo que eso sí lo puedo hacer.
Me acerco y presiono mis labios en los suyos. La diferencia
de temperatura de nuestras bocas es como hielo lanzado al fuego. Aún estoy
abrazándola por detrás y le está tomando mucho esfuerzo levantar su cabeza lo
suficiente para besarme, así que se da vuelta sobre su espalda, abriendo sus
labios y piernas para mí.
Deslizo mi lengua en su boca y recibo un suave gemido. Todo
sobre ella me vuelve loco, pero la forma en la que gime cuando la estoy besando
es una de mis cosas favoritas. Levanta sus caderas contra mi mano y le doy el
alivio que necesita, deslizando mi dedo hacia su centro.
Una parte de mí se siente culpable por no obligarla a
descansar, pero la mayor parte de mí está aliviada de que ella necesite esto
justo ahora porque, de otra manera nunca podría experimentar éste hermoso lado
de la fiebre. Mi mano es recibida por el intenso calor de su cuerpo y no se
parece a nada que haya experimentado antes. Cierro mis ojos y presiono mi
frente contra el costado de su cabeza, imaginando lo que se sentiría hacerle el
amor justo ahora. Subirme sobre ella y colocarme entre el calor de sus piernas,
empujando dentro de la calidez en la que mi mano está explorando ahora.
Creo que susurro la palabra, —Joder. —sin querer.
Tate abre los ojos y me mira con sus labios ligeramente
abiertos. Toma pequeñas bocanadas de aire y las suelta siguiendo el ritmo de
mis movimientos contra ella. Me mira mientras me concentro en su boca,
esperando el momento en el que colapse sobre mis dedos.
—Miles, —suspira sin aliento. —Hazme el amor.
Niego con la cabeza pero toma cada onza de mi fuerza de voluntad
para no obedecerla. —Mañana. —susurro,
besando su mentón, bajando mis labios por su cuello. Beso su ardiente piel
hasta llegar a sus pechos. Descanso mi cabeza en su pecho y sigo disfrutando de
ella mientras se presiona en mi mano.
Puedo sentir los latidos de su corazón contra mi mejilla
mientras golpea fuertemente contra las paredes de su pecho. Hace todo menos
relajarse. Comienza a enterrar sus pies en el colchón mientras arquea su
espalda. Sus brazos me envuelven y me estrecha fuertemente, llevándome más
cerca de ella.
Cierro mi boca sobre su pezón mientras comienza a
derrumbarse debajo de mí. Me pierdo en el momento, devorando cada gemido
mientras pasa todo rápidamente. Su cansancio es evidente en sus silenciosos
gemidos y el susurro de un “Te amo” pasando por sus labios. Espero que se
relaje y se quede dormida, pero ella sigue enterrando sus pies en el colchón
sin descanso mientras me jala nuevamente hacia ella. La fuerza con la que me
besa me dice todo lo que necesito saber. No fue suficiente.
Jala mi brazo para colocarme sobre ella. No necesita usar
mucha fuerza porque yo lo hago con facilidad. Envuelve sus piernas alrededor de
mí y me pierdo completamente en el calor de su boca, el gemido saliendo de su
garganta, las manos quitándome los boxers.
Cuando me guía dentro de ella, aparece el sentimiento de
culpa por el placer que estoy sintiendo debido a su fiebre. Pero nunca he
sentido nada como en este momento cuando empujo lentamente dentro de ella,
completamente devorado por la calidez a mi alrededor.
—Tate. —Cuando digo su nombre, es un “gracias”, un “te amo”
y un “santa mierda” atrapadas en ese sola palabra.
Lo digo una
—Tate.
Y otra
—Tate.
Y otra vez
—Tate.
Mientras le hago el amor a ella.
—Tate.
Atrapa su nombre con su boca sobre la mía
Y mantenemos nuestro beso mientras que de alguna manera
caigo profundamente, en su alma, en ella, en su amor.
Me quedo sobre ella, dentro de ella, tiempo después de que
hemos terminado.
Nuestros labios se siguen moviendo, buscando al otro,
tomando, necesitando, amando.
Su último beso es gentil y cansado mientras le permite a sus
brazos caer sobre su cabeza.
Suspira como si yo fuera la única medicina que pudiera en
algún momento curarla.
Beso su mejilla nuevamente y dejo su calidez, volviendo
sobre mi costado para estar al lado de ella.
Presiono mi mano en su estómago y silenciosamente me
pregunto si este es el momento cuando, ella y yo, y nuestro amor crearán algo
aún más grande de lo que los dos podríamos ser algún día.
Silenciosamente me pregunto si este es sólo el comienzo o
aún más de la belleza que ha tomado de mi dolor.
—Te amo, Miles. — susurra.
Lo dice todos los días. Algunas veces más de una vez. Y
todos los días le digo. —Yo también te amo.
Mientras le agradezco a Dios -no por el momento en el que nos
enamoramos-Sino cuando nosotros volamos.
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